Está solo, aunque lo rodean muchos como él, y avanza por el pasillo aséptico de un hospital que podría ser un manicomio, o una cárcel. Es como la rama de un árbol seco. Se podría romper. Sufre del Síndrome de Muerte Parcial (SMP), el modo políticamente correcto de decir zombie en este mundo pos-pos apocalíptico en el que se desarrolla In the Flesh , la miniserie británica que logra correrse del vacío digerido con el que la moda viene matando a los no vivos.
El protagonista se llama Kieren Walker. Una obviedad, pero su historia se sale de cuadro así: después del despertar de los muertos y en medio de la lucha por su supervivencia, la Humanidad inventa una droga que rehabilita a los “podridos”, término que ahora es discriminatorio porque llegó el momento de reinsertarlos en la sociedad.
Kieren, que tiene 18 años de vida y tres de muerto, puede recordar cosas que hizo cuando estaba infectado. Su última víctima le duele y se siente perdido. Entonces le dan maquillaje y lentes de contacto para ocultar su no vida y le anuncian que está listo para volver a casa. “Casa” es, entre otras cosas, Roarton, un pueblo del norte de Inglaterra en el que comenzó el foco de resistencia civil contra los zombis y que volvió a ser el agujero de fanáticos religiosos racistas de siempre, pero militarizados y desocupados.
Entre la catarsis humorística de Zombieland (la película de 2009 y la nueva secuela en serie) o el culebrón de The Walking Dead , el costumbrismo norteamericano es como un perro que se corre la cola. Si los muertos vivientes en algún momento fueron un metadiscurso del salido del sistema, ahora valdría la pena preguntarse quién se sale de dónde, cómo y en qué lugar termina. El frágil adolescente de In the Flesh es el lugar común gracias al cual el novel guionista Dominic Mitchell encontró su Hilo de Ariadna para escapar triunfal del laberinto lobotomizador en el que se pierden los que intentan seguir dando vueltas alrededor del concepto zombi.
“Siempre me fascinó la mitología zombi y también la idea de lo que podría pasar en Gran Bretaña después de un Apocalipsis zombi. No como en una película, si no realmente. Y no lo que sucedería durante o inmediatamente después, si no años más tarde, cuando la población y las comunidades que lucharon en la guerra están tratando de retomar sus vidas. ¿Qué pasa cuando ya no se puede considerar enemigo al enemigo? ¿Y cómo sería la victoria viviente después de la victoria sobre los no-muertos?”, se pregunta Mitchell en su blog.
Ese fue el germen del acierto. Al desandar el exceso de vueltas de tuerca, In the Fleshpone en primer plano lo que el género zombi cuenta en su segunda lectura. Los malos de la película no son los resucitados, son los vivos. Con esa base, un solo ajuste: Kieren y sus congéneres no son parte del paisaje, acá el zombie es el héroe sentimental.
In the Flesh llega casi de la mano de Les Revenants , la serie de la televisión francesa que también se destaca por el tratamiento austero de una trama original con resucitados como protagonistas. La humanización del zombi ya se había explorado en 1993 en El regreso de los muertos vivientes 3 , una secuela muy diferente de sus dos predecesoras porque la protagonista es la torturada Julie Walker, que retrasa su hambre de carne humana en un gótico proceso de piercing y autoflagelo para seguir junto a su novio, vivo. Discutida por los puristas del mundo en el que George Romero es el rey, la película de Brian Yuzna es, de todos modos, la Romeo y Julieta del género.
Hubo un tiempo ya lejano en el que los muertos vivientes fueron un fetiche de culto, pero desde hace algunos años la temática zombi es parte del cotidiano. Hay zombie walks , películas edulcoradas basadas en novelitas adolescentes como Mi novio es un zombie (Jonathan Levine, 2013), un fenómeno literario que cruza el género Z con clásicos, nuevas versiones de historietas, remakes de todo tipo de calañas y un aterrador auge del mundo de los no vivos. Le están haciendo a los no muertos lo mismo que a los vampiros, esos inquietantes demonios oscuros que pasaron a ser, de Crepúsculo a esta parte, fenómenos de un mercado conservador, los novios de América.
En el intento de innovar se llega a rulos imposibles. La primera temporada de The Walking Dead , basada en un cómic independiente de 2003, fue explosiva, pero durante la segunda enterró varias esperanzas. El tercer año varió entre pocos capítulos brillantes perdidos en una aburrida telenovela con muertos vivos en un rol menos que secundario.
En medio de este apocalipsis zombi de la vida real siempre es bienvenido algo nuevo, bien hecho, novedoso. Cuando parecía imposible que algo así sucediera, la cadena inglesa BBC apostó y ganó con In the Flesh . Son apenas tres capítulos, pero ya tienen confirmada su continuación para una segunda temporada y quizá el canal de cable I-Sat la trasmita este año, aunque todavía no se sabe.
Los efectos especiales son los lentes de contacto para los ojos muertos y no mucho más. Es un proyecto que se basa en la potencia de la idea, el guión impecable y las excelentes actuaciones de un reparto de actores desconocidos (atención al pequeño papel de Ricky Tomlinson, célebremente de culto en Gran Bretaña).
In the Flesh da la vuelta de tuerca justa. Apenas una. Todo es evidente, por eso sorprende. Entre sus posibles y obvias lecturas está la de la inclusión de minorías a nuestro retrógrado proceso civilizatorio. Se trata de muchas más cosas, pero a la corta es sólo eso. Hay drama, familias disfuncionales y una mirada al revés que no se enreda para ser más de lo que es: un hermoso cliché.// Revista de cultura Ñ
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