Un minúsculo individuo entra en la habitación del hotel. Las generosas dimensiones de la suite empequeñecen aún más al sonriente sujeto, una acumulación de esferas coronadas por una reluciente calva. Aunque dicen que mide un metro y medio, parece más pequeño, y los ojos negros no engañan: es Danny DeVito. Uno de los grandes.
No exagero: sobre todo en los ochenta, el pequeño DeVito fue una de las grandes estrellas del cine. En esa época de sesiones dobles en el cine del barrio y felices visitas al videoclub de la esquina, entre colosos como Stallone o Schwarzenegger, la belleza de Kim Basinger o alguna rareza de Cronenberg, relucía su figura.
"La industria ha cambiado mucho desde entonces", dice hoy en Madrid, huyendo de toda nostalgia. "Hollywood era más cerrado. Fui uno de los primeros, con Eastwood o Travolta, que triunfó tras hacerse famoso en la tele. Ahora, con Internet, no hay fronteras. Y eso es bueno: es mucho más fácil saltar de un medio a otro y cambiar de géneros".
Camino a la cima
Él supo cambiar hasta de profesión. A los 18 años, en 1962, trabajaba como maquillador en el salón de belleza de su hermana. Para aprender el oficio fue a la Escuela de Arte Dramático de Nueva York, donde descubrió que prefería ser él el maquillado. Pronto consiguió sus primeros papeles teatrales. Conoció a su esposa, Rhea Perlman, la deslenguada Carla de Cheers –que ahora mismo está visitando las tiendas más lujosas de Madrid–. Y, por supuesto, se hizo amigo de Michael Douglas.
Douglas lo tenía todo: talento, físico y una leyenda por padre. DeVito tenía olfato y ganas. Como productor, Douglas le facilitó uno de sus primeros papeles: el tierno Martini de Alguien voló sobre el nido del cuco. Y, aunque fue una serie de televisión, Taxi, la que le catapultó al éxito, juntos triunfaron con Tras el corazón verde, La joya del Nilo o La guerra de los Rose, su segunda película como director.
"Ser director es fantástico –dice DeVito arremangándose las breves mangas–. Y te diré algo más –bromea–: como el trabajo de Dios está ya cogido, dirigir películas es la segunda mejor opción". También ha triunfado como productor: Pulp Fiction o Erin Brockovich le deben algo muy importante: la libertad. "Tras La guerra de los Rose conseguí el final cut (última palabra al montar una película), pero vi que los jóvenes directores no lo tenían. Había mucho talento, y por eso produje a Tarantino o Soderbergh: eran buenos, pero en un estudio hay tanto jefe, tantos intereses, que podían distraerse y perder su originalidad. Yo quería ser la voz que hablara con ellos y los tranquilizara".
El renacuajo aterrado
Última (y mitómana) cuestión: ¿y sus primeros recuerdos de cine? ¿Qué películas le gustaban de niño? Piensa. Se arremanga. Se coloca las gafas y, al recordar, nos transporta a su ciudad natal, Neptune, en Nueva Jersey. "Era la típica ciudad costera: en verano llena de gente y coches, pero, en invierno, tan vacía como una película de zombis. ¿Lo bueno? Tenía cinco cines en un kilómetro cuadrado. Vi todas las películas de Dean Martin y Jerry Lewis, de vaqueros... ¡Hasta estaba el Liric, que proyectaba películas extranjeras, subtituladas, en blanco y negro y prohibidas por la Iglesia católica!".
¿Iba? "Por supuesto. ¡Corría a verlas! Pero mi primer recuerdo es ir al cine con mis dos hermanas mayores. Me llevaban con sus novios y, claro, se olvidaban de mí: era un renacuajo. Así que terminaba en el suelo, pegajoso por los caramelos y chicles, mirando aterrado por una rendija entre dos asientos a Lon Chaney convirtiéndose en el Hombre Lobo. Por ese tipo de cosas amo el cine, seguramente, más que cualquier otra cosa".
Un duende ecologista
Eso es DeVito en Lorax..., película de animación donde presta voz a un duende que protege un bosque. "Es entretenimiento –explica DeVito– pero pretende educar. Hemos de lograr que los niños sean conscientes del problema: si no hacemos algo, no habrá marcha atrás, hay que cuidar la Tierra". Para demostrarlo, DeVito da el mismo argumento que cualquiera: ¿Hace cuánto que no llueve en España? Me desespera el cinismo ante el tema, porque es algo obvio cuyas consecuencias se ven ya en todo el mundo".
Cinco motivos para adorar a DeVito
Alguien voló sobre el nido del cuco. (1975). Un clásico: basada en una magnífica novela de Ken Kesey, retrata el sufrimiento del rebelde personaje de Jack Nicholson en un sanatorio mental.
Taxi (1978-1983). Casi desconocida en España, las peripecias de unos taxistas esclavizados por un insoportable jefe es todo un clásico de la televisión yanqui.
La guerra de los Rose (1989). En Tira a mamá del tren ya había mostrado su causticidad como director, pero tocó el cielo en esta amarga comedia, que retrata cómo el tiempo transforma el amor en odio. Excelentes actuaciones de Michael Douglas, él mismo y Kathleen Turner.
Batman returns (1992). Mitad tenebroso, mitad tierno, su Pingüino fue uno de los responsables de que algunos considerasen esta secuela mejor que la original.
L.A. Confidential (1997). DeVito era uno de esos secundarios imprescindibles en toda gran película: en este caso, en la aplaudida adaptación al cine de una de las novelas negras de James Ellroy.// 20 minutos
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